miércoles, 13 de enero de 2010

La historia que alguna vez escribí. Parte 2

Resulta que los días transcurrían y de a poco la belleza terrenal se fue convirtiendo en una mágica figura femenina, reina sin castillo, princesa sin príncipe, sol sin noche, cielo sin nubes. Y la increíble figura femenina de a poco fue cautivando a los curiosos ojos que se animaban a mirarla y podían sostener su mirada por más de un segundo.

Los ojos, ¡Ay! Los ojos. Una fusión entre el cielo y la tierra. El hermoso rocío de la mañana y el infinito espacio estelar se alcanzaban a distinguir como un retrato del mejor pintor en el fondo de tan perfectas esferas. Quien pudiera algún día ser dueño de tan magistral creación…

La boca, ese imperceptible hilo rojizo que conquistaba al más duro de los mortales. Apenas una mueca bastaba para derretir el hielo de una montaña, apenas una sonrisa lograba contagiar la alegría de los pájaros en el cielo y la de los peces en el agua.

El mundo era de ella, el mundo se rendía ante semejante creación, aunque solo unos pocos lo pudieran advertir. Y así como iba tomando forma de mujer, el tiempo se iba deteniendo, para que la eterna belleza perdurara por y para siempre.

Los rayos del sol tenían miedo de tocarla, el candor de la luna, de noche, la acariciaba distraídamente cuando ella parpadeaba. Y el universo entero se orientaba para que la magia que ella creaba y lograba en todos, fuera eterna y perpetua. Eterna como los hielos al sur, perpetua como las montañas, misteriosa como los desiertos, hermosa como el beso de un enamorado…

No hay comentarios: