domingo, 29 de enero de 2012

Poca agua bajo en puente

El agua del río no siempre transita a la misma velocidad. Hay momentos en que pasa tan rápido que apenas nos da tiempo de darnos cuenta y otras veces con tal lentitud que pensamos que un espejo de hielo se ha formado. 
Sinceramente, las grandes corrientes nos permiten movernos con rapidez por lo que los cuadros de la vida se superponen y, a veces, podemos ver la película sin dificultad, como un cuento, como el día a día, como el disco solar que todas las tardes se esconde en el horizonte para volver a nacer al día siguiente.
El problema tal vez sean los espejos de hielo. Porque en un espejo uno se ve siempre reflejado, estaticamente reflejado, donde los objetos y las personas se detienen para mostrarnos siempre la misma cara. De momentos vemos fantasmas, que creemos están hoy, pero sin duda pasaron ayer... 
Y esa capa dura de hielo no permite que el río siga su curso aunque el tiempo pase. Entonces nos detenemos en un letargo que se introduce como un dulce en el cuerpo y nos indica, erróneamente, que somos adolescentes (acaso viejos) de por vida. Y luego, cuando el hielo se rompe (es cíclico, un detalle de la naturaleza, que siempre sigue su curso) y el agua vuelve a correr, nos damos cuenta de que ya no somos los mismos y (tristemente) la vida continuó con nosotros ausentes. 
Entonces despertamos, por unos momentos, del eterno letargo para, luego, seguir refugiándonos en los recuerdos, que una vez nos hicieron felices y que ahora nos reconfortan cuando todo se pone gris...