jueves, 5 de abril de 2012

El fantasma en la máquina

Nacemos con un fantasma interior, es el fantasma que siente, que sufre y que se enamora. En todas las civilizaciones le dieron un nombre, algunos le llaman alma... 
Desde que las computadoras pudieron aprender y comprender, comenzamos a dudar de la existencia de nuestro fantasma. Desde que lo racionalizamos todo (TODO) desapareció la necesidad de poseer un alma. Algo etéreo que nos represente, que se muera con nosotros el día de nuestra partida, que nos defina únicos e irrepetibles, fuertes y sensibles, perdidos y enamorados, sabios y temerosos. 
Cada día dudo más de nuestro fantasma, cada día nos siento más cerca de la máquina. Un tonto aparato que responde a los estímulos con acciones totalmente predecibles (y fáciles de identificar), un tonto aparato que por dolores viejos (rayores o abolladuras) demuestra rencores y bloquea sitios y recuerdos altamente necesarios, que por muecas y expresiones, toma recaudos y adopta negativas sin (aparente) sentido. 
Es la máquina que nos representa, sin alma y sin efecto, racionalismo puro. 
Digamos, entonces, que no hay que inventarle un fantasma a la máquina (al menos hasta el día en que decidamos comportarnos como humanos).