miércoles, 9 de diciembre de 2009

Sobre la guerra

Cuenta la leyenda que una vez cayó al suelo un paquete semi abierto de unos copos esponjosos y sabrosos que la gente vulgarmente llama tutucas. Aunque nadie explicó con claridad el motivo de esta caída, se cree que se debió al descuido de un niño que, por la prisa de degustar tan exquisito y corriente manjar, olvidó sujetar con fuerza el paquete.
Ocurrió que unos instantes después, luego de algunos insultos y auto-regaños del niño, dos de las afortunadas tutucas, decidieron salir de su prisión de nailon y festejar la dicha de estar vivas y no ser alimento en el interior de un desconocido.
Entonces se pusieron a decidir que juego era el ideal para festejar y divertirse, y llegaron a la conclusión de que la guerra era un juego entretenido, de hombres (las tutucas se auto definían como machos de su especie) y que tenía un poco de riesgo debido a las posibles balas imaginarias y además también se necesitaba algo de valor.
Cuando llegaron al acuerdo, una de ellas decidió representar a la paz, es decir al "clan de los buenos". La otra, para no ser menos, también eligió este bando. Pero ocurre que al minuto de comenzar el juego, notaron que nada tenía de divertido ser dos aliados luchando contra el aire, por lo que uno de ellos debía ser el malo.
Si bien la decisión llevó más tiempo del que les hubiera gustado, la tutuca menos esponjosa eligió ser del "bando de los malos".
Para que el juego tuviera más emoción, eligió esconderse en algún lugar estratégico que le permitiera observar a la otra tutuca en todos sus movimientos. Entonces salió corriendo y observó que había un niño acostado en el pasto durmiendo una siesta. Ante la desesperación de ser descubierta no tuvo mejor idea que esconderse dentro de la oreja del niño y con mucha mala suerte, de tanto correr hacia adentro, llegó al cerebro.
La otra tutuca, que no le había perdido el rastro, corrió detrás de ella. Pero justo antes de entrar en la oreja observó, tirada en el pasto, la tirita roja del abre-fácil del paquete desde el cual las dos provenían. Sin dudarlo un segundo, se ató la tirita a la frente y una extraña sensación la invadió. Ella misma se recordó a Rambo.
Entonces, con más valor aún, entró con toda furia al oído del pobre niño dormido.
Y desde ahí se escuchaban los tiros ficticios y las granadas que nunca existieron. Y desde entonces se dice que ese niño tiene, en la cabeza, dos tutucas jugando al Rambo...

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