sábado, 3 de diciembre de 2011

El cabeza de foco

Casi todos los cuentos comienzan con: Había una vez... Bueno, ¡este también!

Había una vez un hombre que nació con una curiosidad en la parte superior de su cuerpo (no me atrevo a decir un defecto, ya que no lo considero así). Resulta que si uno lo analizaba comenzando por los pies, parecía que no había ninguna diferencia con un mortal común, pero si empezábamos por arriba cualquiera diría que estábamos viendo un velador. Si, si, así es. En vez de cabeza, ¡tenía un foco!
Está bien... podemos entender que salvo por las muchas veces elocuentes cargadas de sus compañeros de escuela, esta persona podría haber tenido una vida común y corriente. ¡El problema es que no era así! Y paso a contarles porque: La lámpara que sustituía su cabeza era de vidrio, por lo que tenía que tener mucho cuidado a la hora de los juegos, tanto en el recreo como en los campeonatos que tanto le gustaban. De hecho, una vez se cayó y se fisuró el mate (¿se entiende no?) y casi se le corta el filamento, por suerte en ese momento tenía la lámpara apagada...
Y cuento esto porque la otra principal complicación era la siguiente: Cuando se le ocurría una idea, el filamento brillaba y se encendía. A veces con tal intensidad que simulaba una lámpara de 100 watts. ¡Es verdad!

De hecho la trascendencia de esta persona la conocemos todos. Claro, claro, muchos no oyeron hablar de él, pero quien no dijo alguna vez: "Bueno, por fin se le encendió la lamparita".

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