jueves, 14 de abril de 2011

Un jabón para el alma

Venían de varios colores y formas. Unos eran ovalados, otros un poco graciosos, algunos tenían adornos, y otros eran simplemente rectangulares, no porque a su creador le faltara inspiración, sino porque sentía una nostalgia absurda y profunda por lo antiguo y lo clásico, eso que no puede ni debe perderse.
Sobre los colores, ¿qué decir?, eran comunes, claritos, sin brillo, principalmente pasteles, amarillos, rosas, blancos, sin maldad, puros y lo suficientemente humildes como para cumplir el propósito de quien los concibió.
¿A quién le llama la atención un simple jabón? Bueno, me animo a decir que a nadie. Un jabón es solo eso, claro que no carece de nobleza ya que cumple una función vital, pero no es más que un triste y sencillo jabón.
Parece que en una época de la que hoy solo quedan recuerdos, existían jabones que no limpiaban el cuerpo sino que purificaban el alma. Con un simple lavado la persona era capaz de barrer los dolores, borrar las penas, pulir la superficie y dejar el alma con brillo. Así de fácil, así de simple. No quedaban recuerdos desagradables, melancolías absurdas ni dolores propios que con el tiempo parecen ser ajenos, pero que siempre molestan. Tan comunes eran estos jabones que se usaban con mucha frecuencia y los pobladores de las ciudades eran simplemente felices.
¿Por qué se perdieron? ¿Cuándo desaparecieron?
¡En realidad nunca! Aunque parezca contradictorio, no son objetos materiales, los podemos crear nosotros ya que llevamos los componentes escenciales dentro nuestro, desde el momento en que fuimos concebidos.
Eso si, la receta es diferente para cada persona: hay que encontrarla y aprender a hacerlos.
Yo no pude, aunque siempre intento. ¿Alguien tiene un jabón para el alma?

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